Lecturas, poesías, cuentos para reflexionar


PARA LOS GRANDES

Cuando ustedes quieran
cuando tengan tiempo
podemos mostrarles
un trozo de cielo,
con muchas estrellas
que guiñan el ojo,
las siete cabritas
y el lucero rojo.

(por buenas y bellas
los niños sabemos
un montón de estrellas)

Cuando tengan tiempo,
cuando ustedes digan,
les enseñaremos
qué es la fantasía.
Un charco , es un lago,
un yuyo, una selva,
una gran montaña,
una simple piedra.

(es algo muy cierto que los niños pueden soñar bien despiertos)

Si pueden, si quieren y les interesa podemos
decirles cómo es la simpleza.
Tiene voz de viento, corazón de tiza,
 dientes de leche en nuestra sonrisa.

(puede ser, tal vez que vuelvan al mundo
de la sencillez)


Cuando tengan tiempo cuando ustedes quieran podemos prestarles trozos de vereda,
y un destartalado
 y viejo avioncito
 para hacer un viaje
 por el infinito.

(los más chiquititos sabemos de viajes
 por los pajaritos)
 
Cuando ustedes puedan parar de correr
tal vez nuestro amor puedan aprender.


Amor de caricias,
 amor de miradas,
 amor por el todo y amor por la nada.

(tendrán que aprender que querer es cosa
de querer querer)


Si quieren, si pueden
y les interesa
 jugaremos juntos
una tarde entera.
 Una ronda grande tendremos a mano
y si pasa el tiempo
que pase cantando.

(con todo cariño queremos que puedan volver a ser niños)


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Sobre la comunicación y la palabra
Para empezar...
La Palabra

... Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan...Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito... amo tanto las palabras... Las inesperadas... Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen... Vocablos amados... Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío... Persigo algunas palabras... Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema... Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas.. Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto... Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola...Todo está en la palabra... Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas... Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada... Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscado patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo... que ellos traían en sus grandes bolsas... Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, del los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas ,las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes.... el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras
Pablo Neruda
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PARA REIRNOS
UN DIÁLOGO DISPARATADO
El señor Poc ayuda a que alguien encuentre una calle
Señor: —Buenas, ¿me podría decir dónde queda la calle 16?
Poc: —Sí.
Señor: —...
Poc: —...
Señor: —Dígamelo, por favor.
Poc: —Queda en esta ciudad.
Señor: —¿En dónde exactamente?
Poc: —A la altura del suelo, como todas.
Señor: —Ya sé, pero ¿cómo llego hasta allí?
Poc: —Así nomás, caminando.
Señor: —Pero caminando hacia dónde.
Poc: —Hacia ahí, hacia donde está la calle.
Señor: —Por eso le pregunto, porque no sé dónde queda.
Poc: —Perfecto, si yo no supiera haría lo mismo.
Señor: —¿Entonces? ¿Me va a decir dónde queda la calle 16?
Poc: —En un mapa que tengo en casa, ahí está... dibujada.
Señor: —Pero necesito ir a la calle de verdad, no a un mapa.
Poc: —En mi mapa está la calle de verdad, nada más que dibujada.
Señor: —Mire, tengo que comprar dos metros de género en una tienda que está en la calle 16.
Poc: —Muy bien, y yo, casualmente, iba a tomar un café a casa de mi amigo Moc.
Señor: —¿Vive cerca de la calle 16?
Poc: —No, para nada.
Señor: —Entonces vende género...
Poc: —¿¡Moc!?
Señor: —Sí.
Poc: —¿Desde cuándo?
Señor: —No lo sé, usted es su amigo, tendría que saber.
Poc: —Nunca me contó.
Señor: —¿¡Y por qué me dice que lo siga!?
Poc: —¿¡A quién!?
Señor: —A usted.
Poc: —¿Usted me quiere seguir?
Señor: —¡No! Yo dije que quería comprar género y usted me contó que iba a lo de su amigo Moc.
Poc: —¿Y por qué quiere ir a tomar un café en vez de ir por el género?
Señor: —No quiero tomar un café.
Poc: —¿No le gusta?
Señor: —Sí, me gusta, pero lo que necesito es ubicar la calle 16, ¿por qué mencionó a su amigo?
Poc: —Usted me contó qué iba a hacer, entonces yo también le conté.
Señor: —Mire, sólo estoy perdiendo tiempo, usted no sabe dónde queda.
Poc: —Sí, sé. Tiene que ir hasta esa esquina y va a encontrar una diagonal a media cuadra...
Señor: —Espere un minutito porque quiero anotar... gracias.
Poc: —... va a encontrar esa diagonal que lleva a una callecita que sube y a otra que baja. La que sube no es tan linda, pero la que baja tiene unos árboles preciosos, ¿está anotando?
Señor: —Sí, gracias.
Poc: —Si va por ahí unas cuatro cuadras, a mano derecha encontrará una panadería que tiene una cosa así como para sentarse...
Señor: —... Sí...
Poc: —... entonces, si ahí dobla a la derecha...
Señor: —... ¿Está la calle 16?
Poc: —No.
Señor: —Ah.
Poc: —... Si ahí dobla a la derecha y sigue y sigue...
Señor: —Sí.
Poc: —... y sigue y sigue...
Señor: —¿Tanto?
Poc: —... no puede perderse, es una cuadra muy larga y después tiene curvas, usted siga las curvas hasta que termine esa calle y se tope con otra, ahí va a encontrar una estatua de dos perros, ¿sí?
Señor: —¿Y ésa es la calle 16?
Poc: —No, la 16 es la callecita que sube en la diagonal... pero no es tan linda.
Señor (suspira): —... Deje, mejor la encuentro solo.
Poc: —Si la podía encontrar solo, ¿para qué me preguntó?
Luis María Pescetti
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PARA PENSAR SOBRE LA COMUNICACIÓN y LAS FORMAS DEL DECIR:

ENTRE PALABRA Y PALABRAS
—¡Otro más estiró la pata! —balbucearon las pulgas desoladas.
De la desolación pasaron a la indignación y de la indignación a la furia. Con tantos pulguicidas, hormiguicidas,
cucarachicidas, piojicidas e insecticidas de todo tipo y color ya no quedaba ni un solo
perro, ni un jardín verde, ni una cocina suculenta, ni un rincón sucio y oscuro donde vivir sanamente.
El enojo fue creciendo. Pronto se corrió la palabra de que se organizaría una reunión de bichos
en el galpón.
El bicherío estaba frenético. Acusaban al presidente de no tener palabra:
—¡Queremos soluciones! —demandaron los mosquitos.
—¡¿Qué pasó con sus promesas?! —gritaron las cucarachas.
—¿Cómo solucionamos esto? —interrogaron las moscas.
Pero el presidente no encontró palabras y miró al ministro. El ministro no dijo palabra y miró al jefe
de policía. Como ya no había a quién mirar, el jefe de policía lo intentó, pero solo pudo hablar con
medias palabras.
De pronto, se escuchó desde el fondo la voz de la nueva candidata a presidenta:
—¡Pido la palabra! —chilló la chicharra, subió al escenario y tomó la palabra. Pero su discurso
no fue más que palabrerío. ¿Qué otra cosa se podía esperar de una palabrera monótona y poco
creativa?
La furia era grande y la paciencia corta, así que pronto, y por iniciativa del piojo, llegaron los proyectiles
de palabrotas y palabrejas. En una palabra, la dejaron con la palabra en la boca.
La cosa se estaba poniendo fea, la turba bicheril estaba enardecida.
Entonces apareció la hormiga, bicho de acción y de pocas palabras. Con dos palabras (en realidad tres), apaciguó a la multitud. Indudablemente,se tomaba muy a pecho eso de ahorrar
palabras y su brevísimo discurso no dejó dudas de que le disgustaban las palabras en vano:
—Trabajemos el doble —sentenció la dama. Así de sencillo. Así de efectivo. La multitud calló,
pensó, evaluó la propuesta y estalló en un estridente aplauso.
Un tiempo después, los pulguicidas se agotaron, los hormiguicidas escasearon, los cucarachicidas se acabaron, los piojicidas desaparecieron y los insecticidas se extinguieron. La gente estaba desolada.
De la desolación pasó a la indignación y
de la indignación a la furia...
Laiza Otañi
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¿Todos o ninguno?

Esta es una historia sobre cuatro personas que se llamaban Todo el mundo, Alguien, Cualquiera y Nadie.
Había que hacer un importante trabajo y Todo el mundo estaba seguro de que Alguien lo haría. Cualquiera podría haberlo hecho, pero Nadie lo hizo.
Alguien se enfadó porque era un trabajo de Todo el mundo.
Todo el mundo pensó que Cualquiera podía hacerlo, pero Nadie se dio cuenta de que Nadie lo haría.
Al final, Todo el mundo culpó a Alguien cuando Nadie hizo lo que Cualquiera podría haber hecho.
Anónimo
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“Un problema matemático”- de Cristina Montero

Javier tiene un problema. Un problema matemático. Es maestro de primer grado. Tiene treinta y dos alumnos. Treinta y dos. Y un sólo método de lectoescritura.
¿Es matemático el problema? ¿Cómo dividirse, distribuirse o multiplicarse a sí mismo para enseñar a leer y a escribir?
Puede que sea matemático. Tal vez, no. En este mundo, todo es posible.

Es Agosto. Diecisiete niños(al menos, eso cree Javier) se manejan ya en el contexto verbal. Se dio cuenta en otro día porque pasaron a escribir en el pizarrón. Escribieron “pantalón”, “pepino”, “frutilla”, y más de quince chicos leyeron las palabras correctamente.
Le preguntó a María José en cuál de las palabras decía “pepino” y la nena señaló la primera, porque, claro, empezaba con p. ¡Está en una etapa anterior, concluyó Javier!

Honestamente, está preocupado. Preocupado porque no sabe qué hacer con los casi quince alumnos a los que ni siquiera puede distinguir, por dónde andan, en medio del mar proceloso de la lectoescritura.
Javier tiene treinta años. Es maestro de primaria por la mañana y preceptor en una escuela técnica, por la tarde. Casado, con dos hijos. Una familia a la que hay que mantener. María Marta, su mujer, trabaja como portera en una entidad pública. Alquilan un departamento modesto y cómodo…

Javier tiene mucho miedo de hablar. Miedo de confesar su inoperancia. El otro día leyó una frase: “Ser maestro es una consigna dolorosa, cuando uno lo es sin atenuantes”. De Ricardo Nervi, era la frase.
Claro, pensó, por eso me siento tan mal. Pero ¿cómo hago? Y la pregunta lo taladra enteramente.
El taladro de la pregunta le abre un abanico de rostros. Rostros de niños, sus chicos.
Estefanía, que apenas puede agarrar el lápiz, menos aún ubicarse espacialmente en una hoja.
Juan Francisco, que no distingue p de b.
María Eugenia, que escribe de derecha a izquierda, jeroglíficos incomprensibles.
Y más de diez, a los que ni siquiera puede diagnosticarlos ni atenderlos.
¡Son treinta y dos! Es mucho. Y vos no podés hacer milagros, piensa para consolarse.
Pero no puede ni calmarse, ni consolarse, ni hablar, ni pedir ayuda. Y lo peor es que no sabe por qué.
Tengo miedo, piensa. Pero miedo, ¿a quién, de quién, por qué?

El sábado revolvió viejos apuntes del profesorado. Psicogénesis, Método Global Analítico. Método de la palabra generadora. No pudo o no supo encontrar nada.
Es un problema matemático, soy un cociente imperfecto, pensó Javier.

Domingo por la mañana. El rostro de Ezequiel, hiperquinético, con síndrome de baja atención, se le instala en el alma. Y Laura, y María Inés, y… la procesión no para.

El lunes a la mañana, aún mudo, se sienta cerca de la bibliotequita de la sala de maestros. Lee títulos y se detiene en uno: “Acerca de la lectoescritura”. Solicita el libro y lo guarda en el gastado portafolios.
Durante la tarde, ya en su rol de preceptor, tiene un respiro.
Saca el libro. Lo abre al azar y se detiene en un párrafo: “Nosotros nunca tuvimos la pretensión de la rigidez de un método. Ofrecemos a los educadores instrumentos y técnicas que puedan facilitarles el trabajo pedagógico. Las técnicas no son ahora lo que fueron al principio y cambiarán en el futuro. La escuela no es una capilla, ni un club más o menos cerrado…sino una cantera de donde saldrá lo que todos construyamos juntos”. Se fija en el autor: Freinet.
De pronto, como un latigazo, la verdad lo sacude. Sos un cociente imperfecto porque solo no podés. ¡Porque tenés que hablar, plantear, pedir ayuda, ayudar, construir con tus compañeros!
Javier, ¿Por qué no te habías dado cuenta antes?
Tal vez porque el hombre, muchas veces, es un lobo solitario.
Se relaja, por fin. Y vuelve a ver los rostros: Ezequiel, Juan Francisco, María Eugenia, Estefanía y…
Siente que ya no está solo. Que tampoco lo estarán sus alumnos. Porque los ama y mucho.
Ya no tenés un problema matemático, Javier.
Tenés el enorme desafío de seguir construyéndote, nunca en soledad.
Siempre, con los otros.



La ciudad de los pozos

Esa ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta.
Esa ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes...pero pozos al fin.
Los pozos se diferenciaban entre sí, no sólo por el lugar en el que estaban excavados sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el exterior).
Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros aún más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.
La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal y las noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado.
Un día llegó a la ciudad una " moda " que seguramente había nacido en un pueblito humano:
La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se precie, debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no es lo superficial sino el contenido.
Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas.
Algunos se llenaban de joyas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos.
Algunos más, optaron por el arte, y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas posmodernas. Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y revistas especializadas.
Pasó el tiempo.
La mayoría de los pozos se llenaron a tal punto que ya no pudieron incorporar nada más.
Los pozos no eran todos iguales, así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior...
Alguno de ellos fue el primero: en lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose. No paso mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada, todos los pozos gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más espacio en su interior.
Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas ensanchándose desmedidamente. El pensó que si seguían hinchándose de tal manera, pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad...
Quizá a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerme más hondo en lugar de más ancho.
Pronto se dio cuenta de que todo lo que tenía dentro de él le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo debía vaciarse de todo contenido...
Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo.
Vacío de posesiones, el pozo comenzó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho...
Un día, sorpresivamente el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa:
Adentro, muy adentro, y muy en el fondo encontró agua... !!!
Nunca otro pozo había encontrado agua...
El pozo superó la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, picando los bordes y por último sacando agua hacia afuera.
La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa, así que la tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua, empezó a despertar.
Las semillas de sus entrañas, brotaron en pasto, en tréboles, en flores, y en tronquitos endebles que se volvieron árboles después...
La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar "el vergel".
Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro.
Ningún milagro -contestaba el vergel-  hay que buscar en el interior, hacia lo profundo...
Muchos quisieron seguir el ejemplo del vergel, pero desandaron la idea cuando se dieron cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse.
Siguieron ensanchándose cada vez más, para llenarse de más y más cosas...
 
 
En la otra punta de la ciudad otro pozo decidió correr también el riesgo al vacío...
Y también empezó a profundizar...
Y también llegó al agua...
Y también salpicó hacia afuera creando un segundo oasis verde en el pueblo...
¿Que harás cuando se termine el agua? - le preguntaban.
No sé lo que pasará -contestaba- Pero, por ahora, cuanto más agua saco, más agua hay.
Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento.
Un día, casi por casualidad los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma...
Que el río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.
Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida.
No sólo podían comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto:La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí, aquellos que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar...